domingo, 22 de julio de 2012

Bang, bang, bang

¿Cómo entender semejante pulsión asesina? ¿Es el consumismo y la frustración?, ¿el entretenimiento mal procesado?, ¿la maldita locura a la que estamos condenados cada vez más, allá y también aquí, o más allá? Alejandro Mareco.-La Voz-

Un arma en la mano y fuego. Fuego sobre los demás. Fuego sobre todo. Y todo es todo lo conocido, lo que hace al mundo. La gente, las cosas, la cultura, el sistema. Quizá haya un mar en primavera para ver, pero sólo sucede cuando los ojos ya están ciegos sin saberlo.
Bang, bang, bang.
La vida no es una historieta. No lo son ni el cine ni la televisión. Ellos son, más bien, cosas de la vida. Pero tantas veces pasa que la vida se (des) dibuja en lo anodino de los días, en este asunto de estar y atravesar el breve tiempo que nos ha tocado, que sólo alcanzamos a vivirla con un poco de intensidad cuando la vemos en la pantalla, cuando tomamos parte de otras historias que no son las propias.
Somos casi un mundo de espectadores, que ponemos en mute nuestras sensaciones e incluso sentimientos para vivir los de otros. A veces, poco a poco, con los años, vamos diferenciando los grises del brillo. O acaso vamos entendiendo el brillo del gris.
Pero nada ocurre por ocurrir. El cine de Estados Unidos, el de la maquinaria de Hollywood, y la televisión, claro, resultaron y resultan contundentes de un modo hacia afuera y de otro hacia adentro de su propia sociedad. Hacia afuera, bien lo sabemos, hemos soñado con ser sus superhéroes (Batman, Superman, el Hombre Araña...). Y hasta hemos buscado una rubia lánguida e insulsa que se parezca a Marilyn Monroe para morir de amor.
Vaya estúpida manera de sufrir y de gozar en un país lejano.
Estados Unidos es el país que más asesina en el mundo. Sin preguntar por qué y sin hacer psicoterapia. Es el azote del mundo, el que destruye por sinrazones documentadas. Sinrazones como que el Irak que arrasó no tenía armas de destrucción masiva como las que habían pregonado en foros internacionales, en la cúspide de la hipocresía, de la mentira burda.
Pero qué va, su razón es la muerte. Y vaya alguien a discutirle su derecho a matar sin ser muerto. Sin embargo, se puede.
Mientras Estados Unidos perfecciona su violencia en el mundo (como matar con aviones sin tripulantes), también monta un mundo de figurillas puertas adentro. El cine, la televisión, es lo que ha mantenido durante décadas despierto el albur del “sueño americano”. Algo así como que sólo basta tener una fuerte voluntad para alcanzar lo que se busca. Y cuando eso no sucede, en la inmensa mayoría de los casos, la frustración se revuelve a ciegas.
La violencia que perfecciona Estados Unidos es también la de la ficción. No vemos demasiado cine de otros lugares del mundo (entre otras razones, porque el cine estadounidense produce el seis por ciento del que se realiza en todo el mundo pero ocupa el 90 por ciento de las pantallas, según lo dicho por nuestro Rosendo Ruiz, director de la película De caravana ).
Hablamos de la masacre en un cine de Denver cuando se estrenaba la tercera película de la saga Batman. Que el cine norteamericano sofistique a la violencia hasta hacerla híperreal, que en ese país conseguir armas resulte como comprar golosinas, que frente al mandato del éxito, el anonimato es una derrota cruel, son estigmas para cada ser vivo de esa sociedad. Y, de alguna manera, para otras.
¿Cómo entender semejante pulsión asesina? ¿Son fruto del consumismo y la frustración? ¿Del entretenimiento mal procesado? ¿De la locura, sólo la maldita locura a la que estamos condenados cada vez más, allá y también aquí, o más allá?
Hoy hace un año que un noruego mataba a más de 80 compatriotas en una isla. ¡Qué decir!
Bang, bang, bang.
Hojas muertas que caen.
FUENTE:Publicado en www.lavoz.com.ar

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