viernes, 1 de febrero de 2013

Sí, Egoísmo, Pero…
Eduardo García Gaspar
No hay mejor manera de entender el presente, como saber del pasado.
Un caso es el de la justificación del Estado de Derecho.
La noción es relativamente nueva, pero tiene un origen de muchos siglos atrás, el siglo 4 AC, con Epicuro.
Sus ideas siguen teniendo influencia. Bien vale una segunda opinión examinar esto un poco.
Todo comienza con la idea de querer ser feliz. Lo que presenta un pequeño problema, el de definir felicidad. Para Epicuro la felicidad era el placer, pero no los que nos imaginamos.
Eran otros: una vida modesta, sin dolores, en busca del conocimiento, todo lo que lleve a la felicidad definida como tranquilidad de ánimo. Nada de libertinajes y excesos, al contrario.
Eso es más o menos conocido, contrario a la idea del Epicureísmo como la escuela del placer refinado y desenfrenado. Lo fascinante es el supuesto del que parte: la decisión personal libre del que persigue su propia felicidad.
Puede querer la felicidad al estilo de Epicuro, pero puede ser que sea algún otro tipo de felicidad. Es decir, cada uno es libre y actúa motivado por el propio bienestar.
La idea es revolucionaria: las personas somos egoístas en el sentido de querer ser felices e intentarlo por medio de nuestras acciones. Es una idea que, como las monedas, tiene dos caras.
La buena, por ejemplo, es la de quien busca la felicidad al estilo de Epicuro, queriendo esa vida simple, segura, con sabiduría y tranquilidad. La mala es la de quien piensa que su felicidad es, por ejemplo, tener poder o grandes riquezas.
Cada una de esas caras daría un mundo muy diferente. Si todos en una sociedad vivieran según la definición de felicidad de Epicuro, esa sociedad sería mucho mejor que otra en la que todos buscaran el poder y las riquezas por cualquier medio.
¿Cuál de esas sociedades es la que se quiere y cuál es la que se tiene?
Aquí entra en juego otra idea, mucho más vieja, la del pecado original. La noción es clara: vivimos en un mundo imperfecto porque somos imperfectos, pero debemos buscar la perfección.
Otra idea revolucionaria, que nos lleva a tener que reconocer que todas las personas definen su felicidad personal, en términos egoístas: buscan su propio bienestar. Esto no es malo en sí mismo.
Todo depende de lo que cada quien considere su propia felicidad.
Un ejemplo extremo ilustra esto. Para la Madre Teresa su propia felicidad era muy distinta a lo que Stalin consideró su felicidad personal. Es decir, buscando nuestro bienestar todo dependerá de lo que definamos como felicidad y la manera de lograrlo.
Reconociendo la imperfección, debemos aceptar que muchos buscarán su felicidad de manera errónea y que tratarán de lograrla por medios indeseables.
Esa posibilidad real de conductas indeseables es lo que lleva a buscar una solución que proteja a unas personas de otras. A las que buscan su felicidad por medios deseables de las que la buscan por medios indeseables.
Por eso se necesitan leyes y un gobierno que las aplique. Leyes que castiguen las malas conductas, como la del ladrón que busca su felicidad dañando a otros.
Esa es la justificación última del Estado de Derecho, la aplicación justa de leyes justas. Así se tendrá una sociedad mejor, una que proteja a quienes han definido su felicidad correctamente y usan medios que al menos no dañen a otros.
Ese Estado de Derecho produce una situación positiva: quienes buscan su felicidad por medio del daños a otros sufren penas que dañan esa felicidad que persiguen.
La idea de la felicidad de Epicuro y la del pecado original, junto con otras, se entremezclan para producir algo que ambicionamos ahora mismo, ese Estado de Derecho.
El que tiene la virtud de penalizar las malas acciones. ¡Fantástico! Pero no basta. Las leyes no son suficientes. Se necesita otra cosa más elevada.
Se necesita pulir y afinar eso que llamamos conciencia humana, nuestra habilidad natural para distinguir lo bueno de lo malo. Es lo que nos lleva a optar por lo bueno y evitar lo malo, incluso aunque la ley no lo penalice.
Y esto nos lleva a la necesidad de educar a la conciencia. Si en una sociedad predominan las buenas conciencias, eso nos llevaría a algo aún más deseable que el Estado de Derecho.
No sé usted, pero yo encuentro emocionante encontrar estas asociaciones entre ideas. Fuente: Contrapeso.info

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