domingo, 6 de julio de 2014

Individualismo vs. egoísmo

http://www.atlas.org.ar/images/autores/14.jpgPor el Dr. Gabriel Boragina
Columnista
Que las palabras individualismo y egoísmo son vulgarmente considerados como sinónimos y que gozan de muy mala fama no es, por cierto, ninguna novedad para nadie. Pero lo que si quizás sea una novedad para muchos es que no siempre ha sido así en el curso de la historia. Tampoco fue siempre que coloquialmente ambos vocablos se hayan tomado como sinónimos. Hubo épocas en que estos términos carecían del contenido peyorativo del que adolecen hoy en día. Luego de citar ciertos pasajes donde se lo hacía, explica Hayek:
"Sería interesante comparar estos pasajes con exposiciones similares en que los contemporáneos de Ferguson expresaron la misma idea básica de los economistas británicos del siglo XVIII: Josiah Tucker, Elements of Commerce (1756), reimpreso en Josiah Tucker: A Selection from his Economic and Political Writings, ed. R. L. Schuyler (New York, 1931), pp. 31-92: “El punto principal no es extinguir ni debilitar el egoísmo, sino darle una cierta dirección de manera que promueva el interés público promoviendo el suyo propio... La idea principal de este capítulo es demostrar que el motor universal en la naturaleza humana, el egoísmo, puede tomar tal dirección en este caso (así como en todos los otros) de forma que promueva el interés público mediante aquellos esfuerzos que debe realizar para lograr el propio”. Adam Smith, Wealth of Nations (1776), ed. Cannan, I, 421: “Al dirigir la industria de tal manera que su producto sea del mejor valor, él procura sólo su propia ganancia, y en este caso, así como en muchos otros, él es guiado por una mano invisible para promover un fin que no formaba parte de la intención. Tampoco es lo peor para la sociedad el no ser parte de ello. Al perseguir su propio interés frecuentemente promueve el de la sociedad en forma más efectiva que cuando se propone promoverlo”. Véase también The Theory of Moral Sentiments (1959), IV parte (Novena ed., 1801), cap. i, p. 386.[1]
La condición para que se cumpla la fórmula por la cual la acción individual siempre va a mejorar la condición de la sociedad, es sencillamente que dicha acción egoísta no se vea obstaculizada por terceras personas, sean estas particulares o estatales. Nótese la sagacidad de los autores citados en el párrafo anterior, que no se refieren a cualquier actividad, sino a dirigir "la industria de tal manera que su producto sea del mejor valor" (Adam Smith). Es decir, no se avalan conductas antisociales, como puede ser la del delincuente o ladrón, sino actividades industriales, hoy diríamos en términos generales económicas. En un contexto más amplio como el de la praxeología de L. v. Mises, habría que hablar de aquella acción humana que no tiene por fin el perjudicar a otros. Pero lo relevante de este punto es demostrar que, en la época en que Hayek sitúa su cita, el término egoísmo no revestía las connotaciones despectivas que ya tenía en la época que el mismo Hayek escribía. Como expresa la cita, los autores de entonces se referían al vocablo egoísmo como sinónimo del "propio interés" necesario -como señala- para promover "el de la sociedad en forma más efectiva que cuando se propone promoverlo”.
El mismo Hayek desataca no sólo la valoración del concepto, sino la transformación del mismo sufrida en sentido contrario, es decir su infravaloración seguida a posteriori:
"Edmund Burke; “Thoughts and Details on Scarcity” (1795), en Works (ed. en Worlds Classics), VI, 9: “El benigno y sabio creador de todas las cosas, que obliga a los hombres, quiéranlo o no, a buscar sus propios y egoístas intereses, a unir el bienestar general con su propio éxito individual”. Luego que estas afirmaciones fueron consideradas como despreciables y ridículas por la mayoría de los ensayistas durante los últimos cien años (no hace mucho C. E. Raven denominó la cita anterior de Burke “una sentencia siniestra”, véase Christian Socialism (1920), p. 34), es interesante encontrar ahora a uno de los principales teóricos del socialismo moderno adoptando las conclusiones de Adam Smith. De acuerdo a A. P. Lerner (The Economics of Control (New York, 1944), p. 67), la utilidad social esencial del mecanismo de precios es “que si es usado apropiadamente induce a cada miembro de la sociedad, mientras busca su propio bienestar, a realizar cosas que son de interés social general. Fundamentalmente, éste es el gran descubrimiento de Adam Smith y los fisiócratas”.[2]
Sin embargo, no es frecuente encontrar muchos casos como los de A. P. Lerner (citado por Hayek arriba). Con todo, sigue siendo cierto que el mecanismo de precios, cuando es usado apropiadamente, o sea, cuando no es intervenido por el aparato de fuerza y coacción que es el estado-gobierno, "induce a cada miembro de la sociedad, mientras busca su propio bienestar, a realizar cosas que son de interés social general". Es decir, sigue siendo cierto, tal como lo fue en la época de su original formulación que, "Fundamentalmente, éste es el gran descubrimiento de Adam Smith y los fisiócratas”. Este descubrimiento mantiene toda su vigencia hoy, y la prueba de ello es precisamente el hecho de que allí donde los gobiernos no estorban la búsqueda del propio bienestar de cada uno de los miembros de la sociedad, esta sociedad no deja de prosperar como tal, en cambio donde se ponen impedimentos de todo tipo al egoísmo humano, entendido como se lo concebía conforme a los textos citados antes, la sociedad declina a pasos acelerados.
Como hemos dicho en otras oportunidades, el egoísmo es el motor de la actividad humana, al punto que hasta las acciones que llamamos "altruistas" encuentran en el egoísmo su origen.
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[1] Friedrich A. von Hayek "INDIVIDUALISMO: EL VERDADERO Y EL FALSO". Este ensayo corresponde a una exposición pronunciada en la duodécima Finlay Lecture en la University College de Dublín, en diciembre de 1945 y aparece en el volumen Individualism and Economic Order (The University of Chicago, 1948, reimpreso posteriormente por Gateway Editions Ltd., South Bend, Indiana). Pág. 7.
[2] Friedrich A. von Hayek, op. Cit. pag. 7.


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