jueves, 19 de febrero de 2015

El malsano deseo de vanagloria

Por el Dr. Aníbal Hardy*
“Para fijar los ingresos del Estado se han de tener en cuenta las necesidades del Estado y de los ciudadanos. Es preciso no exigirle al pueblo que sacrifique sus necesidades reales para necesidades imaginarias del Estado. Son necesidades imaginarias las que crean las pasiones y debilidades de los que gobiernan, por afán de lucirse, por el encanto que tiene para ellos cualquier proyecto extraordinario, por su malsano deseo de vanagloria, por cierta impotencia de la voluntad contra la fantasía. A menudo se ve que los espíritus inquietos, gobernando, han creído necesidades del Estado las que eran necesidades de sus almas pequeñas.”… Esto fue escrito hace más 250 años por el escritor y jurista francés Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu,(1689-1755).
Este sencillo e inteligente concepto puede ser aplicado al actual accionar de muchos gobernantes. El gobierno argentino con su empecinada lucha por la caja y el sueño de los planes electorales, vive también su propia fantasía. Usó el alucinante superávit fiscal que tenía para repartir prebendas entre miles de funcionarios federales y provinciales que les pudieron asegurar la dominación política, hasta que la inflación se hizo sentir. Ante esto, tratando de disimular las dificultades que atraviesa, lanza el famoso slogan de lenguaje marxista: “La distribución de la riqueza”,”inclusión social”, “vivir con lo nuestro”, etc. enfervorizando a la población de menores recursos. Gastó mal en vez de invertir y crear un verdadero desarrollo sustentable en el tiempo. Entonces vinieron los impuestos y gabelas confiscatorias como las retenciones, superiores al 33%, que deprimieron la reinversión y ahuyentaron las radicaciones de capitales. Derrochó su tiempo y esfuerzo en que la ley quite a unos para dar a otros, en lugar de crear reglas de juego que protejan los derechos de propiedad y con ello, contribuir al incremento de la productividad y del bienestar general. Cualquier argentino al igual que el gobierno añora contribuir al bien común, a la disminución y en lo posible, la extinción de la pobreza y de la desocupación, pero con la justa y equitativa “distribución de la renta o el ingreso” mediante impuestos justos y progresivos.
La política económica del país debe ser realista y no imaginaria, el Estado debe ser austero, porque no tiene como objetivo ser “rico” con un pueblo pobre sino justo y previsible. Debe esencialmente distribuir con justicia, evitar los subsidios y las dádivas, que son fuente de corrupción y clientelismo político esclavizante. Nuestro gobierno después de confiscar los ahorros del sistema financiero, pesificar ahorros, declarar la cesación de pagos, canjear la deuda con una quita del 66% y en este momento al quedarse con el ahorro de los trabajadores, (que también se esfumarán quizás para unirse a los desaparecidos dineros de Santa Cruz), y parte en los bolsillos de los más obsecuentes amigos del poder, demuestra que el pueblo seguirá expuesto a corralitos y latrocinios varios, sacrificando al ciudadano de sus necesidades reales para necesidades imaginarias de un Estado insaciable que vive violando los derechos de propiedad.
Al ciudadano común le es urticante ver como sus gobernantes no asumen ningún riesgo, ya que están rodeados de guardaespaldas, no tienen privaciones porque no tienen límites en sus gastos reservados, no sufren angustias en sus traslados porque viajan en jet privados y con las mejores atenciones. De este modo los funcionarios creen que la inseguridad es una sensación, que la inflación es una difamación y que el agro es pretencioso por querer ganar demasiado.
Con estadísticas dibujadas, con su malsano deseo de vanagloria en pos de un proyecto de revolución que sólo ellos entienden, usando la Casa Rosada para hacer política partidaria, conservando el poder con el respaldado de la caja oficial, nuestros gobernantes viven su mezquina fantasía, mientras que la Argentina real sigue esperando ser conducida con seriedad y patriotismo.
* Abogado - Desde Formosa
ENVIADO POR SU AUTOR

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