miércoles, 3 de junio de 2015

Ciudadano y Cliente: Encontrando una salida de la Pobreza

Por Elise Hilton
Cuando alguien te pregunta de dónde eres, tú contestas con el nombre del lugar en el que vives. No contestas con un genérico, "vivo en una ciudad grande”. Nadie vive es una ciudad, en un suburbio, o en una aldea. Todos vivimos en un sitio específico. Y ese lugar define mucho acerca de nosotros, lo queramos o no.
¿De dónde soy? De un lugar en el que la gente cuida a sus jardines, cultivando vegetales y flores. Es un lugar con muchas iglesias, donde los sábados por la mañana se llenan con juegos de soccer y béisbol, y donde el boticario en la farmacia recuerda no solo tu nombre sino también tu medicina. La calle principal tiene un restaurante mexicano propiedad de dos hermanos, y un pub cervecero.
La escena que acabo de describir podría encontrarse en Brooklyn o Boise o Belle Plaine, Iowa. Sin embargo, cada lugar es único, con su carácter propio, su sabor y su historia. Es la razón por la que viajamos; deseamos aprender acerca de cómo es un lugar distinto al nuestro. Cada lugar debería ser no sólo donde la gente vive, sino donde florece.
Un lugar es donde la gente está invertida. Crea hogares, manda a sus hijos a la escuela y a lecciones de baile, es propietaria de negocios, compra en tiendas locales, planta jardines y coopera al enriquecimiento de la comunidad. Cuando uno pertenece a un lugar, uno se convierte en ciudadano.
Con las ruinas de Baltimore frescas en nuestras mentes, uno no puede sino preguntarse cómo es que personas en ese lugar pudieron incendiar negocios y destruir sus casas. La respuesta, creo, radica en la diferencia entre ser un ciudadano o ser un cliente.
Para muchos de los pobres hoy en los Estados Unidos, la vida es esencialmente la de un cliente. El gobierno se hace cargo de sus necesidades: casa, comida, educación. Pasar la vida propia como un cliente crea una mentalidad de reclamo: “Estoy aquí para recibir. Se me debe algo. Dependo de otros para mis necesidades y deseos”.
En su ensayo, “Place and Poverty” (en el libro, Why Place Matters: Geography, Identity, and Civic Life in Modern America, Encounter Books, 2012), William A. Schambra denuncia a los programas nacionales contra la pobreza. No solamente no dan resultados, sino que empeoran las cosas. Sus alumnos de Georgetown se indignan ante esto; necesitamos más programas no menos, eso es lo que creen. Schambra les cuenta acerca de Cordelia Taylor.
La señora Taylor, en Milwaukee, abrió una casa, en un suburbio, para el cuidado de los ancianos. Con fondos privados, donaciones y gran esfuerzo, compró varias casas, las conectó por medio de rampas y plantó jardines.
Los chicos del barrio comenzaron a acercarse, atraídos por la inmediata compañía de sus mayores. La señora Taylor pensó que ya que estaban allí, los niños podían necesitar alguna ayuda con sus deberes, y entonces alguien en el vecindario se ofreció para enseñar a los niños artes marciales. Taylor notó que muchas de las familias del vecindario tenían problemas con sus presupuestos de comida, así que empezó a dar clases de jardinería y a preparar comidas.
La casa que atiende ancianos, es club, ayuda con los deberes y enseña jardinería, de la señora Taylor, no es un programa social gubernamental. Es orgánico y está alimentado localmente. Su misma existencia depende de la gente del vecindario y tratar de duplicarlo exactamente en otro lugar probablemente no tendría éxito. Pertenece al lugar en el que floreció.
Nuestro país necesita respuestas “cultivadas y propias” contra la pobreza. Volvamos la mirada a Baltimore. Para los niños pobres (especialmente hombres) en los Estados Unidos, Baltimore es el peor lugar para vivir si es que uno quiere salir de la pobreza. De acuerdo con Emily Badger del Washington Post:
«Cada año que un niño pobre pasa creciendo en Baltimore… sus ingresos como adulto se reducen en 1.5%. Sumando una niñez entera eso significa que un hombre de 26 años en Baltimore gana 28% menos de lo que hubiera ganado de haber crecido en otro lugar promedio de América. Y eso es mucho menos de lo que el mismo niño hubiera ganado de haber crecido a 50 millas de allí en el condado de Fairfax».
Los economistas de Harvard Raj Chetty y Nathaniel Hendren dieron a conocer un estudio acerca de la pobreza, los niños y los lugares. Uno de los resultados de su estudio es la creencia de que los lugares actúan en la gente, o como lo explica Badger,
«No es simplemente que las familias exitosas hayan seleccionado vivir en Fairfax y las no exitosas hayan seleccionado a Baltimore. Baltimore en sí mismo parece estar actuando sobre los niños pobres, limitando sus oportunidades, convirtiéndolos con el tiempo en el tipo de adultos que muy probablemente permanezcan en la pobreza».
En National Review, Thomas Sowell reflexionó acerca de la violencia creciente en Baltimore y sobre la profundamente arraigada pobreza que parece ser un factor en los disturbios. Sowell se rehúsa a culpar al racismo; más bien, él contempla a la responsabilidad personal, lo que podría ser descrito como “inversión en el lugar”.
«No puede tomarse a persona alguna, del color que sea, y exceptuarla de los requerimientos de la civilización —incluyendo trabajo, estándares de conducta, responsabilidad personal y todas las otras cosas básicas desdeñadas por la astuta intelligentsia— sin consecuencias ruinosas para ellos y para el resto de la sociedad.
«Los subsidios sin juicio de estilos de vida contraproductivos tratan a la gente como si fuera ganado, para ser alimentado y atendido por otros en el estado de bienestar —y, sin embargo, esperando que ellos se desarrollen como los seres humanos se han desarrollado cuando ellos mismos enfrentan los retos de la vida».
Las personas que son atendidas no son ciudadanos; son clientes. Ellas no trabajan; no disfrutan el producto de su trabajo. No aprenden estándares de conducta; recibe la prodigalidad del gobierno con independencia de sus morales y virtudes. La responsabilidad personal de la propiedad de uno y de la propiedad de otros no es una prioridad; si algo desaparece o es destruido, será simplemente reemplazado por aquellos que lo proveyeron al inicio. Esta es una forma trágica de tratar a los seres humanos.
El papa Francisco ha dicho que la pobreza desfigura la cara de la humanidad. Cuando las personas viven en una atmósfera de pobreza, como un cliente del gran gobierno, se les roba su dignidad y la habilidad para crear sus propias oportunidades. Vincent Bacote, de Wheaton College, afirma con elocuencia:
«Más que reclamar a la gente que sea responsable, debemos preguntarnos cómo darles poder a aquéllos que se sienten débiles y abandonados, dejando de lado los eslóganes de los expertos y preguntando cómo amar a nuestro prójimo ayudándolos (usando el lenguaje del Papa Pablo VI) a convertirse en artesanos de su propio destino».
Para ser un artesano y un ciudadano, uno debe tener las herramientas para crear y el conocimiento de pertenecer. Cualquier cosa menos sería una tragedia americana.
FUENTE: http://es.acton.org/article/05/28/2015/ciudadano-y-cliente-encontrando-una-salida-de-la-pobreza
DESDE INSTITUTO ACTON

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