sábado, 23 de enero de 2016

Argentina y el FMI

Por Aníbal Hardy
Denunciar al FMI como el instrumento de la opresión imperialista, es incurrir en una simplificación inconducente. “Romper con el Fondo”, “No pagar la deuda”, “El FMI es inepto”, “Vivir con lo nuestro”, son algunos de los slogans acuñados por muchos dirigentes políticos y gremialistas argentinos. Este antiimperialismo retórico, adolece de una apreciación superficial e insolvente de la verdadera índole de la relación de fuerzas que enfrenta la Argentina con el sistema financiero mundial, y esencialmente de su comprensión teórica de la verdadera naturaleza de nuestra dependencia subdesarrollada.
El Fondo es una pieza importante de un orden financiero mundial que, en su conjunto, tiende a preservar la relación Norte Sur en los términos de dependencia en que actualmente está diseñada. Es, además, un banco multilateral al cual nuestro país está asociado y que proporciona ayuda crediticia para solucionar dificultades de la balanza de pagos. Esos créditos se otorgan cuando, a juicio de los técnicos del Fondo, son adoptadas políticas que permitirán en el futuro generar excedentes de divisas y, consecuentemente, atender los compromisos externos. Es por eso que el acuerdo con el Fondo es reconocido por el resto del mundo financiero, como una suerte de luz verde para la renegociación de sus respectivas acreencias en condiciones previsibles. La Argentina como un país miembro, es titular de una alícuota del capital del FMI, a partir de lo cual tiene derecho, producido el acuerdo técnico, a requerir más préstamos.
No es el Fondo quién debe decidir cómo se puede reactivar la industria, el agro y el comercio exterior, y como va a circular la corriente de crédito interno. Es en estos asuntos, donde el Gobierno debe aplicar sus programas para la reactivación económica, aun cuando las tendencias externas apunten a mantener el statu quo de la programación financiera.
Como país periférico Argentina se endeudó como consecuencia de su subdesarrollo que se expresa, entre otras cosas en la situación crónicamente deficitaria de sus pagos externos. Y los recursos financieros que ese endeudamiento proporciona, profundizan a su vez, el subdesarrollo y el estrangulamiento externo cuando no se aplican a construir una nueva estructura industrial que permita romper la sujeción económica y va, en cambio, a remendar la estructura preexistente.
La historia enseña que ninguna Nación se reconstruye, si no se erige sobre sus propios pies y sobre la base de sus propias ideas y conveniencias. Cada país ingresa al mundo globalizado de distintas maneras, el nuestro, lo hace por la periferia financiera, como deudor insolvente, tomador permanente de créditos, e importador de mercaderías, tecnología y servicios.
Las estrategias recomendadas por el FMI, son el retraso salarial, elevación de tasa de interés, presión impositiva, etc., creando condiciones de receso económico que depriman la actividad industrial, se reduzcan el consumo de alimentos, liberando así mayores saldos exportables.
Muchos argentinos enfrentamos desde un primer momento al modelo de desintegración nacional, anticipando con certeros juicios su negativa orientación y sus nefastas consecuencias. Sólo la transformación de una estructura productiva insuficiente e incompleta en otra integrada y moderna hará posible romper y superar definitivamente y con eficacia nuestra dependencia. Todo lo que aporte a ese objetivo, como la canalización de capitales locales y externos hacia determinada inversiones prioritarias, es nacional, liberador y revolucionario. Este plan económico, ofrece una perspectiva verosímil y técnicamente coherente, de reequilibrar los pagos externos a mediano plazo, el que no es contradictorio con el objetivo del FMI. Frondizi entre 1958/62, lo hizo, y logró un caudaloso proceso de inversiones.
Las posiciones pro imperialistas de origen liberal, que exhortan al ajuste y que suscriben a ciegas, las medidas que configuran el programa habitual del FMI, conducentes a reducir el consumo y el achicamiento del mercado, son posturas contradictorias con la recreación de un contexto favorable a la inversión, sin la cual nunca habrá desarrollo. El “continuismo” financiero, es el que nos impide crecer y, en consecuencia salir del pozo de los deudores.
El proceso de liberación del mundo subdesarrollado, es siempre el resultado de una lucha deliberada de los pueblos, más intensa y más efectiva en la medida en que los objetivos de la emancipación sean comprendidos y adoptados por todos los sectores de la comunidad nacional.
Abogado- Desde Formosa-
Enviado por su  autor

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