domingo, 31 de enero de 2016

El grito federal…

Por Aníbal Hardy
Desgraciadamente en los hechos, Buenos Aires ata y desata, impone, recauda, reparte, consagra, voltea, es como una oficina de peaje y su ocupante, la dirigencia porteña, cobra por tener la puerta abierta, entornarla o cerrarla del todo. En síntesis hace y deshace prestigios, gobiernos, propuestas económicas y políticas. El esquema utilizado ha sido el del desentendimiento creciente por parte del gobierno central de las realidades provinciales, a pesar de la prescripción constitucional que obliga al Estado Nacional a promover la actividad productiva en todo el territorio.
Mirar siempre al país por el agujero de la cerradura de Buenos Aires, lleva a parcializar la realidad y diluir la idea de Nación. Nada se gana con acondicionar una parte del país, si el resto queda sumergido.
Si existe una dialéctica en nuestra historia, ella es la que se compone de los enfrentamientos y los entendimientos entre Buenos Aires y el resto del país. Desde la fundación de Buenos Aires se advierte una puja que a veces es sorda y otra violenta, entre esas dos Argentinas, la que crece a orillas del Río de la Plata y su región de influencia y la otra. Pese este juego antinómico de federalistas y antifederalistas, porteños y provincianos, puerto-interior, Nación–Provincia, centralización –descentralización, unitarios y federales, la Argentina es un país federal por su organización constitucional, pero también por vocación comunitaria. La historia nos demuestra el genio federalista del pueblo argentino, que ha prevalecido sobre las determinantes geográficas.
Otra irritante ingerencia de Buenos Aires sobre el interior del país, se observa en otros hechos como, la disciplina de los partidos nacionales, sus sedes partidarias, los liderazgos carismáticos, la unificación de la Jefatura del partido oficial en la Presidencia de la República, las frecuentes intervenciones federales que debilitan a la clase política y acentúan la subordinación al gobierno central y la dependencia financiera de las provincias del Tesoro Nacional.
Sin embargo la vocación federalista sigue siendo auténtica, tiene raíces históricas, se hizo ante la singularidad de nuestras regiones, a su derecho a crecer según sus propias pautas, a la necesidad de que sus bienes físicos y recursos humanos no terminen absorbidos por ese casi monstruoso elemento de seducción que es Buenos Aires.
Hoy, más que nunca con un país en crisis, con un cuerpo productivo disminuido y anticuado, el federalismo real es un tema prioritario, y se necesitan de políticos con sentimiento nacional, que con imaginación y audacia, planteen fórmulas inteligentes y realistas a un centralismo cada vez más asfixiante. Se necesita que el “País” viva en todas partes. No es cuestión de dar más a la Nación o más las provincias, sino más al país, y tener conciencia acabada que la unidad se logra y se hace desde todos los rincones de su territorialidad, y como la naturaleza dotó a algunas regiones de mayores recursos que a otras, es deber del Estado Nacional de equilibrar y proporcionalizar recursos económicos y humanos en vistas a la verdadera unidad nacional.
Hace décadas todo el interior, ha sido castigado por los sucesivos desgobiernos de castas de iluminados que prosperaron amparados por el centralismo excesivo. Buenos Aires, hoy más que nunca, sigue siendo la cabeza de un gobierno federal en los papeles y unitario en la realidad cotidiana, y este esquema favorece a algunos y empobrece al conjunto de la sociedad nacional. Los funcionarios nacionales ayudan a confundir, haciendo aparecer a las provincias como responsables de todos los problemas que tiene la Nación.
La CN, redactada en 1853, sin haberse modificado en las diversas reformas, establece en su art. 1 que: “Adopta para su gobierno la forma representativa republicana y federal”. En la estructura del Estado Argentino coexisten poderes atribuidos al Gobierno Central o Nacional y a los poderes de los estados miembros, que son las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por todo ello, estamos llamados por nuestra historia y nuestra vocación a ser una Nación que despliegue todas sus potencialidades. Es la gran tarea de estadistas, el gran test que la dirigencia argentina, aún no ha aprobado.
Abogado - Desde Formosa
Enviado por su autor

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