jueves, 23 de marzo de 2017

El problema no es el dólar. Por Ivan Carrino

Juan tiene 40 años, una mujer y dos hijos chicos. A la hora de planear las vacaciones, barajaron las opciones de alquilar algo en la Costa Atlántica o cruzar la cordillera y conocer Chile. Finalmente, la decisión fue ir a Chile. Los precios de alquiler eran más bajos y, además, podrían aprovechar para traer ropa y electrónica a la mitad de lo que se puede comprar acá.
Mary Joe vino a visitar a sus amigos a Buenos Aires. Los había conocido en un viaje que éstos hicieron en el marco de un programa de intercambio a Nueva Zelanda. Al llegar, se dio cuenta que había perdido su teléfono celular. Como estaba de vacaciones, decidió no hacerse problema y comprar uno en un shopping porteño. Al ver el precio, cambió de opinión. Lo compraría al regreso a Auckland.
José Ignacio es un empresario del calzado. Con costos crecientes por la elevada inflación, la suba de las tarifas, y un dólar que prácticamente no subió en el último año, las cosas se le empezaron a hacer cuesta arriba. Además, el primer bimestre de este año ingresaron 4,3 millones de pares de zapatos importados. En una charla con un amigo, confesó: “con este tipo de cambio, no se puede competir”.
Colas en la cordillera, turistas extranjeros que dicen que todo está caro y empresarios que dicen no poder competir hacen que muchos analistas concluyan que el problema que hoy enfrenta el país es el bajo precio del dólar.
“No es que estemos caros, sino que el dólar está barato”, afirman.
En el caso de los empresarios, no es extraño el reclamo. Los industriales argentinos siempre quieren el dólar más alto posible, de manera que las importaciones estén caras y ellos puedan vender al mercado interno a precios más altos.
Sin embargo, no son solo los industriales los que se quejan. Economistas de todos los colores sostienen que sufrimos un “atraso cambiario” y que el bajo valor de la divisa está destruyendo la competitividad argentina.
Motivos no faltan. En el último año, los precios subieron cerca de 40% mientras que el tipo de cambio solo avanzó un 20,6%. En lo que va de 2017, el dólar cayó 2,1%, mientras que los precios domésticos acumulan un aumento de 3,8%.
Los datos son sagrados, pero este enfoque es muy de corto plazo. Si miramos la evolución del precio del dólar en una perspectiva histórica, observamos que si nuestro país no hubiese cambiado de signo monetario, un dólar hoy costaría nada menos que 159 billones de pesos de 1940. Son 159 seguido de 12 ceros. 159 millones de millones de pesos de 1940.
En una perspectiva histórica, nuestro país no tiene nada cercano a un “dólar barato”.
Ahora bien, saliendo de estos análisis, otros economistas, entre ellos muchos liberales, sostienen que el problema con el dólar es la intervención artificial del gobierno en el mercado. Como el gobierno se endeuda en dólares, afirman, eso inunda el mercado de billetes verdes y hace bajar artificialmente su precio.
Este punto es atendible y, en parte, totalmente cierto. Dado que el gobierno no quiso achicar el déficit público, debe tomar deuda y, cuando ésta llega en moneda extranjera, la cantidad de divisas que ingresa es superior a la demanda, por lo que el precio cae.
Ahora bien, ¿por qué creemos que con menor déficit fiscal y menos endeudamiento, el dólar estaría más caro? En definitiva, el tipo de cambio está positivamente correlacionado con el riesgo país y, a su vez, a menor déficit fiscal, menor riesgo país.
O sea que si el déficit del gobierno de Macri fuera 0 (cero), los dólares no ingresarían para financiar ningún agujero de caja, pero igualmente llegarían en cantidades por el efecto del sustancialmente menor riesgo país. Las divisas extranjeras fluirían como inversiones extranjeras directas y como crédito para el sector privado, que es el que mejor asigna los recursos dentro de la economía.
En este contexto, el dólar estaría igual de bajo que ahora, o incluso más, pero no por ninguna intervención artificial del gobierno en el mercado, ni bajo ningún esquema insostenible de endeudamiento. Los turistas seguirían viajando a Chile, la electrónica seguiría siendo cara y los costos para las empresas seguirían siendo altos.
Es que, en definitiva, el precio del dólar no es el problema que enfrenta la competitividad argentina, sino el pesado e inviable entramado de impuestos, trabas y regulaciones con las que convive nuestro país. Como diría mi amigo Gustavo Lázzari, no hay “atraso cambiario”, sino “adelanto impositivo y regulatorio”.
De acuerdo al Foro Económico Mundial, la competitividad global de una economía depende de 12 pilares. 4 de ellos son el ambiente institucional, la estabilidad macroeconómica, y la eficiencia del mercado de bienes y de trabajo.
Respecto del primer punto, hasta hace muy poco los derechos de propiedad en el país eran una lotería. En términos de estabilidad macroeconómica, nuestro país va de crisis en crisis, con estallidos inflacionarios y confiscaciones masivas. Tampoco un dato alentador.
Por último, nuestros mercados laborales están altamente regulados, con sindicatos que tienen más poder que muchos legisladores, y los mercados de bienes sufren del mismo problema, con trabas al comercio producto del proteccionismo que ni siquiera este gobierno supuestamente liberal está dispuesto a eliminar.
De nuevo, el problema de la competitividad argentina no es el precio del dólar, sino un mal ambiente institucional, la inestabilidad macroeconómica crónica, el proteccionismo y la excesiva rigidez del mercado laboral.
Así que en lugar de perseguir una vez más el camino fracasado de manipular el tipo de cambio, pidámosle al gobierno que encare los cambios estructurales que la economía necesita.
El dólar, barato o caro, una vez que esos cambios se hagan, dejará de ser un tema de debate.
Saludos, Iván Carrino
Para El Inversor Diario

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